Función simbólica de los objetos tecnológicos
Cuando la función principal de los objetos tecnológicos es
la simbólica, no satisfacen las necesidades básicas de las personas y se
convierten en medios para establecer estatus social y relaciones de poder.1
Las joyas hechas de metales y piedras preciosas no impactan
tanto por su belleza (muchas veces comparable al de una imitación barata) como
por ser claros indicadores de la riqueza de sus dueños. Las ropas costosas de
primera marca han sido tradicionalmente indicadores del estatus social de sus
portadores. En la América colonial, por ejemplo, se castigaba con azotes al
esclavo o liberto africano que usaba ropas españolas por pretender ser lo que
no es.
El caso más destacado y frecuente de objetos tecnológicos
fabricados por su función simbólica es el de los grandes edificios: catedrales,
palacios, rascacielos gigantes. Están diseñados para empequeñecer a los que
están en su interior (caso de los amplios atrios y altísimos techos de las
catedrales), deslumbrar con exhibiciones de lujo (caso de los palacios),
infundir asombro y humildad (caso de los grandes rascacielos). No es casual que
los terroristas del 11 de septiembre de 2001 eligieran como blanco principal de
sus ataques a las Torres Gemelas de Nueva York, sede de la Organización Mundial
del Comercio y símbolo del principal centro del poderío económico
estadounidense.
El Programa Apolo fue lanzado por el Presidente John F.
Kennedy en el clímax de la Guerra Fría, cuando Estados Unidos estaba
aparentemente perdiendo la carrera espacial frente a los rusos, para demostrar
al mundo la inteligencia, riqueza, poderío y capacidad tecnológica de los
Estados Unidos. Con las pirámides de Egipto, es el más costoso ejemplo del uso simbólico
de las tecnologías.
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